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La palabra jácara, (derivada de “jaque”: malhechor), designa en su origen el romance cantado sobre la vida y andanzas de un rufián o valentón, habitualmente acompañado de su dama ‘prostituta’.
La jácara era una pieza muy demandada en el espectáculo teatral barroco, y podía ir como pieza exenta (se representaba entonces en los entreactos) o bien dentro de una comedia o un entremés, para darles variedad.
Poco a poco, se convertirá en una especie de entremés cantado (normalmente por una actriz) o con alternancia de trozos cantados y representados (y a menudo bailables), con protagonistas rufianescos, que por lo general terminan recibiendo su castigo.
La jácara, ya dialogada (recitada), ya entremesada (representada), describe el mundo marginal del hampa, dando entrada a su léxico peculiar, el de la germanía literaria.
Dejando aparte ciertos precedentes como las composiciones recogidas por Juan Hidalgo en “Romances de germanía” (Barcelona, 1609), las jácaras poéticas —con escasas dimensiones teatrales— más célebres son las de Quevedo, que ha sido considerado el creador del género.
Su “Jácara del Escarramán” (1612) se hizo famosísima y conoció infinidad de glosas e imitaciones.
Escribe Felipe B. Pedraza (“De Quevedo a Cervantes: La Génesis de la Jácara“, 2005) : “Si atendemos al Diccionario de autoridades , bajo la voz xácara se nos ofrecen seis acepciones. La primera nos habla de una: «composición poética, que se forma en el que llaman romance, y regularmente se refiere en ella algún suceso particular o extraño».
Y aventura una etimología: «Úsase mucho el cantarla entre los jaques, de donde pudo tomar el nombre».
Al lado de esta primera acepción, hay otras, relacionadas con ella, que definen la jácara como «el tañido que se toca para cantar o bailar», o «una especie de danza, formada al tañido o son propio de la jácara».
En otra, se refiere a los intérpretes y circunstancias en que se ejecuta: «la junta de mozuelos y gente alegre que de noche anda metiendo ruido y cantando por las calles», y aclara: «dícese porque, por lo común, andan cantando alguna jácara».
Y, por último, alude a las consecuencias de estos cánticos: jácara es «la molestia y enfado, tomada la alusión del que causan los que andan cantando alguna jácara»
Como puede verse, a pesar del éxito de la jácara en el teatro durante el siglo XVII y principios del XVIII, el “Diccionario de autoridades” no la vincula a la escena sino es como la composición poética que podía dar origen a uno de los bailes que acompañaban a la representación.
Es más: el territorio en que se desarrolla la jácara es el canto callejero y nocturno [...]
Este peculiar género poético, aunque se aclimate al teatro, no parece presentar en su origen relación alguna con lo teatral.
Los rasgos que hoy juzgamos relevantes (por cierto, poco o nada subrayados por el “Diccionario de autoridades”) son dos:
- que tenga como asunto el universo marginal de la delincuencia y la prostitución,
- y que se valga de ese llamativo dialecto que forma el lenguaje de germanía o jerigonza.
- que tenga como asunto el universo marginal de la delincuencia y la prostitución,
- y que se valga de ese llamativo dialecto que forma el lenguaje de germanía o jerigonza.
A lo largo de su historia, se irán añadiendo otras características que, ocasionalmente, permitirán prescindir de la segunda de estas marcas sin que dejemos de reconocer que estamos ante una jácara.
Por las mismas fechas en que Juan del Encina recurría a los villancicos como cierre de la función teatral, Rodrigo de Reinosa ponía los cimientos temáticos de la jácara al reflejar el mundo prostibulario y delictivo en poemas que -al parecer- poco o nada tenían que ver con el teatro castellano aún no nacido.”
Si tomamos como referencia las definiciones del “Diccionario de autoridades” sobre la jácara, vemos que éstas se bifurcan según si damos preponderancia a su condición poética o musical.
La jácara era uno de los géneros satíricos que se representaban en el entreacto de las comedias del Siglo de Oro español.
Posteriormente ha dado nombre a varias composiciones populares de tipo similar en todo el territorio hispanohablante.
En los entreactos era normal que se representaran pequeñas composiciones, que podían ser bailes, loas, entremeses… La jácara era uno de estos géneros.
Los personajes solían ser delincuentes, pícaros, chulos, guapos o gente del mundo del hampa.
Destaca el agudo humor y el dominio de la jerga de los bajos fondos, germanía () o jerigonza , que provocaba la hilaridad con crítica social [El término gerigonza está registrado en el siglo XVII por Sebastián de Covarrubias en su "Tesoro de la lengua castellana o española" (1611): «Un cierto lenguaje particular de que usan los ciegos con que se entienden entre sí. Lo mesmo tienen los gitanos, y también forman lengua los rufianes y los ladrones, que llaman germanía.
Dixose gerigonça, quasi gregigionça: porque en tiempos passados era tan peregrina la lengua griega, que aun pocos de los que profesaban facultades la entendían, y assí dezían hablar en griego el que no se dexava entender. O se dixo del nombre gyrus, gyri, que es buelta y rodeo, por rodear las palabras permutando las sílavas o trastocando las razones; o está corrompido de gytonza lenguaje de gitanos». (1611, sv. jeringonza)].
También era propio un tono especial al cantar, el tono “de jácara o de jacarilla”, característico de esta composición.
Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo (cuyas jácaras destacan sobre las demás) y muchos otros cultivaron el género.
Antes de ser representada, la jácara ya existía como composición poética en romance, con el mismo tono y tema antes referido.
Escribe Mª José Moreno Muñoz (“LA DANZA TEATRAL EN EL SIGLO XVII“, 2008): “La jácara era otra de las composiciones breves que ocupaban un lugar en las representaciones teatrales.
Eran protagonizadas por uno o varios cómicos representando las rivalidades y las fechorías entre los jaques.
El nombre de jaque es tomado del lance del ajedrez del mismo nombre, utilizándose figuradamente para nombrar a personajes del hampa, gente de mala vida, acostumbrada a estar en constante actitud agresiva; de ahí que la palabra jácara se utilizara para designar al conjunto de estos rufianes y pícaros.
Su éxito se debe al interés de los espectadores por presenciar en escena los hurtos, las disputas, y demás hechos fuera de la ley de personajes marginados de la sociedad como ladrones, prostitutas, presidiarios, pícaros, etc. [...]
La jácara vive dos etapas distintas, una, como pieza recitada por un actor o una actriz, con forma de romance; otra, como composición dialogada, que sería entonces jácara entremesada.
En su origen, la jácara no era un género dramático propiamente dicho sino una poesía cantada y bailada a veces, conocida por todo el mundo, que gozaba de gran arraigo popular. Según Cotarelo (“Colección de entremeses, …”), Quevedo era el autor de este tipo de poesía, a partir de la mitad del siglo XVII, fundamentado en los “Romances de germanía” (1779) de Juan Hidalgo, cuyo protagonista hampesco será Escarramán, que ya era un personaje popular desde años antes. [...]
Si en un principio la jácara era totalmente independiente de la acción dramática, consistiendo en el canto, por parte de algún actor o actriz, de un romance, narrando las fechorías de algún criminal, de una forma progresiva adquiere su vinculación con la representación teatral. La música estaba siempre presente, y seguramente también el baile.
La jácara gozaba de gran popularidad entre un público tan ávido de innovaciones.
Se piensa que tal éxito se debió a Quevedo, pero lo cierto es, anteriormente, las jácaras estaban consolidadas.
Al grito de ¡jácara!, antes de comenzar el baile, el público solicitaba la continuación de la fiesta teatral, lo que demuestra el gran favor que gozaba la jácara en esos momentos.”
La jácara anónima “No hay que decirle el primor”, está conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid, en el manuscrito llamado “Libro de tonos humanos”.
Esta enorme antología compilada por Diego Pizarro, entre 1655 y 1656, contiene más de 200 piezas polifónicas profanas, y representa una de las fuentes más importantes de la música española de la primera mitad del siglo XVII.
Miguel Querol Gavaldá (“La Música en la obra de Cervantes”, 2005), escribe sobre ella: “Es una jácara cantada.
Cervantes se refiere a ella en “El rufián dichoso”, dando lugar a una canción bailada sobre un tema de la vida picaresca.
En época de Cervantes fue puesta en escena como intermedio teatral.”
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